1ra Parte: Presentación.

Estimado lector:  

El escrito que presentamos busca hacer un desglose de la sociedad en sentido amplio, es decir sin referirnos directamente a la sociedad italiana, ni inglesa, francesa, alemana o americana: al hablar de sociedad, estamos hablando del hombre.

Desafortunadamente tuvimos que rendirnos ante la evidencia, pues a los pocos hombres verdaderos los vimos ahogarse en la mediocridad general de la masa de hombres que llamamos "homínidos".

Sin pecar de falsa modestia también nosotros, los autores, con nuestra ignominia, hacemos parte de esta masa.

Nos encontramos en la superficie de la sociedad, y nos mortifica pertenecer al género humano.

Si quisiéramos profundizar nuestra investigación hasta llegar a las vísceras de las cosas, cosa que quizás algún día hagamos, seguramente quedaríamos aún más entristecidos.

Por ahora es mejor pasar esto por alto y prepararnos psicológicamente antes de afrontar este tema, pues estamos seguros que vamos a encontrar un cuadro realmente humillante para la civilización del hombre.

Dejamos por lo tanto la prosecución de las investigaciones a quienes vendrán después de nosotros. Que disfruten la lectura.

Génova, hoy...........

 

                                      El Autor



El Hombre, misterio de la naturaleza, y su sociedad

 

Capítulo I

El Hombre, misterio de la naturaleza, y la sociedad

   

El hombre considera que la especie humana está por encima de todas los demás seres vivos. Según el hombre existe un abismo entre la especie humana y las diferentes especies animales.

Sin duda hay mucha presunción en esto, aunque posiblemente no haya altanería.

¿Es distinta la realidad? ¿El hombre es un animal como todos los demás, simplemente un poco más inteligente que ellos?

Él está convencido de no ser un animal, y sigue considerándose como un ser superior que lleva la huella de Dios. Con esta certeza ha venido forjando la historia, y se ha constituido en protagonista absoluto de un mundo en el que bien podría considerarse simplemente "una especie más entre tantas".

Usar el condicional se vuelve obligatorio porque el hombre podría no pertenecer al reino de los animales sólo si se tomara en su integridad de cuerpo y alma. Pero no siempre quien se ocupa del hombre y lo compara con los demás seres animados tiene en cuenta el hecho determinante del género humano: su espiritualidad.

Despojado de esta vestimenta interior el hombre no viene a ser sino un pobre animal, y comparado con los demás seres vivientes, es indudable que no vendría a ser el ganador. Pero el hombre es un ser ganador. El hombre es un conglomerado de contradicciones.

La primera contradicción es la idea que se ha hecho de su propio cuerpo. Su cuerpo es el de un animal: el hombre ama su cuerpo, pero rechaza la idea según la cual éste pertenece al reino animal.

El hombre, consciente de su insuficiencia física, pues no tiene los requisitos físicos para resistir el impacto de las fuerzas adversas de la naturaleza. Los animales tienen órganos más idóneos para la supervivencia, sus sentidos son más desarrollados, su resistencia física es mayor, sus instintos más marcados y sagaces: desde este punto de vista, el hombre es menos apto para la vida natural. Él necesita de objetos auxiliares para poder vivir como protagonista: en otras palabras no puede caminar con sus piernas, necesita de muletas. Si sus órganos de los sentidos son imperfectos, si sus instintos resultan atenuados, si sus fuerzas físicas son insuficientes, el hombre tiene el potencial de su cerebro que le permite vencer sobre la naturaleza. Su cerebro reemplaza todo lo que el hombre no recibió de la naturaleza y lo supera, pues su cerebro no tiene límites y le otorga una inteligencia desmesurada. El hombre es un fenómeno de la inteligencia. Pero no es suficiente la inteligencia para darle al hombre el dominio de toda la creación: el cerebro, del cual la inteligencia es una función, sigue siendo un órgano físico y perteneciendo a la parte corporal del hombre, es decir que existe un elemento que permite que las facultades cerebrales del hombre tengan un desarrollo en un campo completamente desconocido para las demás especies vivientes: el campo espiritual, del cual el hombre es un simple manipulador.

El hombre fue creado por Dios, pero también es cierto que el hombre desciende del mono: tanto la Biblia como Darwin están diciendo la verdad, por lo que podemos decir que el hombre no es un animal sino que fue animal antes de convertirse en ser humano.

¿Qué tiene el hombre que no tengan los animales?

Al fin y al cabo el cerebro no es un órgano físico del que carecen los animales. Su cerebro no tendrá el mismo tamaño que tiene el del hombre, pero su centro cerebral sigue siendo un cerebro. Por lo tanto no es este órgano el que puede diferenciar tanto al hombre de los animales. ¿Qué les falta entonces a los animales para poder competir con el hombre? ¿Acaso se trata de la palabra? Indudablemente no es esto, pues los animales también tienen su propio lenguaje. ¿Qué es entonces lo que les hace falta a los animales para que no puedan estar al nivel de los humanos? No nos sigamos extendiendo sobre este punto: a los animales les falta estar conscientes de la existencia de una energía creadora y coordinadora que rige el universo, es decir Dios.

Esta aseveración no debe sorprender a nadie. La religión es la base esencial sobre la cual se desarrolla el pensamiento humano, y condiciona el comportamiento de un pueblo: es la intuición primaria del hombre pensante, la necesidad perentoria de un soporte esencial, de un alivio moral.

Antes de descubrir la clava, el adoquín, el fuego; antes de inventar la rueda, de construir la cabaña, el hombre de las cavernas intuyó y descubrió la existencia de Dios. Ningún otro animal tuvo la capacidad de hacerlo y el hombre, de animal que era, pasó a ser humano y dueño del mundo. El hombre no inventó a Dios, lo descubrió porque intuyó su presencia, su obra alrededor de él, su palabra dentro de él. Lo humano y lo divino se fusionaron en el conocimiento y en la realidad de la vida. El hombre no pudo vivir sin la divinidad, que fue para él no sólo soporte del espíritu, sino también fuerza operante que le dio la posibilidad de inventar su civilización tecnológica, y más aún fuerza del pensamiento que lo libró de la esclavitud de la ignorancia y lo orientó hacia la ciencia, la moral y la humanidad de los sentimientos.

Con Dios el animal-hombre se transformó en ser humano pues en él, en su alma, la luz de la divinidad iluminó su consciencia orientándolo en una directriz de vida y de sentimientos basada en la moral, en la ética y en la justicia: la religión y la filosofía crearon la civilización del hombre, y Dios fue la muleta más eficaz. Sin Dios, los animales siguieron siendo animales, mientras que con Dios el hombre emprendió el camino de la evolución. Cada vez que el hombre se aleja de Dios, vuelve a caer en la bestialidad.

Si el hombre ve en sí mismo sólo su cuerpo carnal e ignora lo que hay detrás de él, recae en su animalidad.

Cuando no siente su humanidad, el hombre recae en la bestialidad.

El hombre se deja engañar por las apariencias, y lo único que ve reflejado de sí mismo en el espejo es su propia imagen: si el hombre adora su propia imagen física e ignora su espíritu, vuelve a recaer en la animalidad.

Cuando su imagen no lo satisface no busca valores interiores, sino que trata de esforzarse para corregir la obra imperfecta de naturaleza. En términos generales suele ser muy indulgente consigo mismo. En forma hipócrita recurre a engaños: se maquilla, se somete a cirugías plásticas, cuida su cuerpo de mil maneras con cosméticos y perfumes, lo somete a dietas y a pesadas sesiones de gimnasia, etc.

Toda su riqueza es ese cuerpo, y vive sólo para volverlo o mantenerlo más atractivo. Rara vez se le ocurre sospechar que detrás de esa apariencia pueda haber algo más concreto, que en definitiva viene a ser la esencia de ser hombre.

Todo lo que no se ve se aplaza para mañana. "Quizás tenga un alma pero, ¿quién la ve? Por ahora ocupémonos del cuerpo, mañana pensaremos en el alma". Y ese mañana nunca llega porque aquel cuerpo ocupa al hombre por el resto de su vida. El cuerpo envejece: ¡la vejez es una pesadilla! El alma se encierra en si misma, se vuelve árida, insensible. Del hombre no queda sino un pobre cuerpo enflaquecido, arrugado, sin alma, envenenado por el terror que siente hacia la vejez y la muerte. El hombre es el más infeliz de los animales. Es infeliz porque está consciente de una realidad que es ignorada por todos los demás seres vivientes, es decir la realidad de la muerte, la realidad de la existencia de Dios, la realidad de su amplio mundo interior que lo aterra. Insatisfecho, el hombre se pregunta qué es lo que ha logrado realizar a lo largo de su vida. Su interioridad lo lleva a soñar con una existencia llena de paz, amor y justicia, pero la realidad social en la que se encuentra sumergido es bien diferente.

El hombre se siente atrapado en una madeja de dificultades y como reacción siente nacer dentro de él el egoísmo, las fuerzas del mal, se siente incapaz de poner orden en sus cosas y en las cosas del mundo, y gasta su existencia en intentos estériles de programar y reformar lo hecho por las generaciones anteriores, sin aportar en definitiva ninguna mejoría. El hombre, como individuo y como masa, puede también parecer contento de estar vivo, pero son sólo apariencias pues por dentro se siente infeliz, descontento, decepcionado, rebelde contra un ordenamiento social que no lo satisface.

El hombre es un ser social e instituyó una sociedad para sentirse tutelado por ella, pero se siente traicionado por su sociedad, víctima de una persecución, y ciertamente no el protagonista.

La sociedad aparece como un monstruo devorador de hombres. El hombre programó la igualdad y la justicia, pero al ser dejado en calidad de carne de cañón de la sociedad se encuentra encasillado, estratificado, catalogado, condenado a vivir según las órdenes de una manada de personas en el poder y no según sus necesidades, sus deseos, sus inclinaciones naturales y espirituales. El hombre no puede hacer lo que quisiera, ni siquiera cuando está animado por los más honestos propósitos. El hombre es el servidor de una sociedad a la que desprecia, y que no lo tiene en cuenta para nada. En los siglos pasados el linaje era el censo que establecía el marco social de un individuo; en los años más recientes el criterio de promoción social parecería haberse dejado a la tendencia de cada individuo, o como quien dice, prácticamente "cada uno por su lado ", pero sin embargo esto no es cierto, es contradictorio pues la persona se pierde en el gentío, y la masa devora la personalidad del individuo. La sociedad impone una estratificación que admite de por sí una diferenciación entre una categoría de individuos y otra. En una sociedad de iguales, como lo afirma la constitución de todos los Estados, la diferenciación entre un estrato de ciudadanos y otro viene a ser, de por sí, una contradicción.

La estratificación existe también porque con base en la idea de sociedad que nos hemos hecho, la sociedad de los hombres admite los roles, y dichos roles les corresponden no sólo a los individuos que cumplen con los requisitos tradicionales (linaje, riqueza, prestigio, etc.), sino también a personas con tendencias socialmente relevantes a juicio de la clase en el poder.

Desde el punto de vista numérico los estratos sociales son indefinidos y están en continuo aumento por el surgimiento de nuevas actividades y la desaparición de otras ya superadas, pero en términos generales podemos definir la estructura de una sociedad en un número limitado de categorías: la clase de los hombres poseedores del poder político, la de los hombres con poder económico, y finalmente la masa de ciudadanos, que a su vez se subdividen en otros sectores.

Podemos establecer otra subdivisión: la de los individuos que sostienen el status-quo y la de los individuos sociales que no aceptan la sociedad tal como está estructurada.

Las clases que aceptan la sociedad tal como está son aquellas que en ella encuentran la posibilidad de llegar al poder o de obtener ganancias, es decir los individuos pertenecientes a las clases con poder político y económico. La mayor parte de los ciudadanos acepta la sociedad porque ella les proporciona los medios para sobrevivir; y hay una parte minoritaria de esta masa, los asociales, que rechaza este tipo de sociedad porque lo considera manejado por las clases acomodadas, que se aprovechan de las clases pobres.

Esta acusación está fundamentada pues en efecto el poder agobia a la masa con excesivas imposiciones fiscales y burocráticas y con limitaciones para iniciarse en el trabajo, sin tener en cuenta que para las clases pobres el trabajo lo es todo. En efecto, una diferenciación entre el hombre social y el hombre asocial es la forma de valorar el trabajo. Para el hombre social el trabajo es su verdadera razón de ser: trabajo significa compromiso, ganancia, riqueza, potencia, y para el hombre social nada es más importante que ser él mismo importante. La cultura más allá de la apariencia, es inútil. El hombre es lo que aparenta ser, y sobre todo vale por lo que gana.

En cambio el hombre asocial desprecia el trabajo que tiene como finalidad la ganancia: él es un pensador, un investigador, un inventor; soporta la soledad, la amargura, la incomprensión y la miseria, con tal de tener la libertad de pensar. El hombre asocial es el hombre que piensa.

Por fuera de la sociedad se encuentra una categoría de hombres únicos en su género: los hombres sabios.

El hombre sabio está por encima de todas las consideraciones terrenales. Él está por encima de la pasión que vuelve audaz y activo al hombre de trabajo y que le da una razón de ser al hombre de pensamiento: su alma ha encontrado la tranquilidad interior, y mira a todos desde arriba con bondadosa comprensión.


Capítulo II

El cuerpo humano

 

El cuerpo es una parte importante de la persona, y el hombre tiene la obligación moral de no descuidarlo. De la forma en que tratamos nuestro cuerpo se deduce el interés que tenemos por la vida, si nos sentimos contentos o infelices, si nos encontramos cómodos en el ambiente en que vivimos. Cuando un individuo es descuidado al vestirse o al lavarse, esto indica que en su existencia hay problemas. Por lo tanto hay que cultivar el cuerpo, aunque por otra parte hay personas que le dan al cuerpo más importancia de la debida. Sin duda el término medio es el correcto. Pensemos que Dios dedicó poco tiempo a plasmar el cuerpo del hombre: en efecto, introdujo un alma en un cuerpo de mono, y aparentemente el resultado no fue precisamente una obra de arte. Si lo miramos bien, el cuerpo del hombre es el de un mono grande, menos mono que el de un mono. Al hombre este aspecto suyo no le gusta mucho, y podemos decir que esta es la causa del contraste entre Dios y su criatura.

Si el hombre es la criatura de Dios por antonomasia, Dios omnipotente hubiera podido elaborarlo en otra forma.

Si estaba hecho a imagen de Dios, Adán no podía ser hombre porque es impensable que Dios se parezca a un mono. La frase bíblica "a su imagen y semejanza" nos aleja del hombre copia bonita de los primates, y nos acerca al mundo del espíritu, a la sustancia celestial, a los ángeles.

Los ángeles están hechos a imagen y semejanza de Dios; Adán-hombre no lo está, pero Adán-ángel si. Por lo tanto es más verosímil que originalmente Adán hubiera sido más ángel que animal. Es decir que Dios, según lo que afirma Erasmo, creó primero el Adán-ángel, y la Génesis se refiere a esta edición de Adán; posteriormente, mucho tiempo después, creó al Adán-hombre, pero este segundo Adán ya no era "a su imagen y semejanza" sino en el alma que había tomado del primer Adán. En cuanto al castigo que el Creador infligió a Adán olvidando que lo que tenía entre manos era un cuerpo celestial, éste resulta incalificable, es inexplicable, pues Dios no castiga a nadie, y mucho menos a los ángeles.

Dios es grande, es infalible, pero parece ser que precisamente esa vez cometió un grave error y el hombre, envilecido de ángel a animal, no se la perdonó. Dice Erasmo que hacer al hombre similar a una bestia, en efecto, no fue propiamente una idea brillante, y todos los hombres sufrimos a causa de este error del Creador.

¡Esas funciones fisiológicas iguales, idénticas a las de los animales! Ese comer, ese beber, ese expulsar los desechos del alimento, ¡Dios, que asco! Y todo eso es obra de Dios. Él, el absoluto, podía haber hecho algo mejor, podía haber creado al hombre diferente, sin esas necesidades, sin esos órganos, sin estómago, intestino, hígado y vísceras en general, y en cambio: ¿qué fue lo que hizo nuestro gran Dios? Nos creó como animales y nos impuso comportarnos como tales, y luego nos dio el libre albedrío: ahora arréglenselas como puedan. Hay algo que se nos escapa, dice Erasmo, y no logramos entender los objetivos recónditos de Dios.

Nadie quiere negar que el cuerpo humano tiene su belleza plástica, una maravillosa armonía de formas y funciones que apasiona a los artistas y a los científicos, pero sigue siendo un cuerpo de animal, y sobre todo, el Creador podía haberlo hecho mejor. El hombre no está satisfecho con su carnalidad, y le reprocha a Dios la solución de haberle dado un cuerpo carnal a un ángel espiritual.

También está el olvido de Dios de crearle una compañera a Adán. No la plasmó en seguida; Dios tenía vivo en la conciencia el hecho de la naturaleza angelical de Adán: los ángeles no tienen sexo, pero al dejar de ser ángel Adán iba a empezar a sentir su impetuoso instinto sexual. Dios solucionó el problema escogiendo entre los monos a la hembra más atractiva, pero sin embargo Eva seguirá siendo por toda su vida un mono.

Y luego está el alma: ¿dónde la ponemos, el alma? Adán tiene un alma, y ésta sin duda no viene del mundo animal sino del espiritual. Un animal con alma debe pertenecer obviamente a una categoría de seres superiores, y estos seres superiores no soportan la idea de que Dios les haya impuesto vivir una vida a nivel de bestias.

El hombre siempre se ha esforzado para mejorar, por lo menos exteriormente, aquellas funciones corporales que, según él, lo humillan.

Indudablemente el hombre supo elevarse por encima de los demás animales, pero lo hizo por odio hacia Dios, y no en su gloria. Para el hombre la lucha más aguerrida es la que libra contra Dios en su intento de hacer nacer en Él un algún complejo de culpa.

Al ser desigual su lucha contra Dios, el hombre la emprende con la naturaleza, creación de Dios. La naturaleza resiste estos ataques y no se deja dominar del hombre. Aparentemente imperturbable, pero lleno de rencor en su interior, el hombre ha logrado asestar golpes mortales a la naturaleza hasta llegar a opacar su belleza y a amenazar su misma existencia, con la indiferencia de quien, olvidando que tiene sentimientos, sigue agrediendo con fría determinación en el intento de humillar y vencer todas las fuerzas hostiles.

El hombre sabe que destruyendo la naturaleza terminará por destruirse a sí mismo, y aunque estos temores ecológicos alcanzan la superficie de su conciencia, él, el dueño del mundo, no puede retroceder, y sigue manteniendo su comportamiento ultrajoso hacia el medio ambiente, un comportamiento insensato que algún día llegará a romper el equilibrio natural que sostiene al mundo. Los experimentos nucleares representan el aspecto más estruendoso de la locura humana. En este mundo el hombre descuidó todo lo que hubiera podido representar para él paz y tranquilidad para construir cualquier precio una sociedad de consumo; desatendiendo el espíritu se dedicó alma y cuerpo a buscar una vida anclada en las comodidades que el desarrollo tecnológico le ofrecía: reemplazó a Dios, padre desnaturalizado, por la divinidad del automóvil, la televisión, el teléfono y demás comodidades, aplicaciones prácticas de los descubrimientos científicos y técnicos. Por este camino es muy difícil que el hombre algún día decida devolverse. Si Dios, como en los tiempos de los patriarcas, apareciera frente a él y le dijera arrepentido: "¡Adán! Me equivoqué, ¡perdóname! Aquí te doy todo lo que es tuyo, ya sufrí lo suficiente viéndote sufrir, ya basta, vuelve a ser ángel y deja que el mundo viva su vida, no interfieras con él, no tormentes a tu Dios. Ángel eras y ángel serás para toda la eternidad..." "¡No! ¡No!" Adán se negaría: "Polvo soy y polvo seguiré siendo eternamente. Mi espíritu ya se materializó, en mi pecho ya no hay sentimientos ni temor a Dios sino sólo piedras y ruinas, las ruinas de mi alma destrozada por tu injusticia."

Al hombre ya no le importa si el Universo se hunde en la nada cósmica, pues siempre le quedará la satisfacción de poder decir: esto lo hice yo, destruí el universo, soy poderoso.

Cuando se desenfrena, su orgullo no tiene límites, es omnipotente en el lado negativo, tanto como Dios lo es en el lado positivo. ¡Quién sabe si Dios le tenga miedo al hombre! Es posible que se esconda entre las nubes muy callado, mirando aterrado lo que hace el hombre. El acercamiento a Lucifer no es peregrino, quizás el hombre sabe más que el diablo. En el fondo, si es verdad que Adán es hijo de Dios, también es cierto que es hermano de Lucifer, y los hermanos tienen muchas características en común: inclusive, Lucifer fue también maestro y tutor de Adán. Durante siglos se ha visto derivar de esto la tendencia del hombre hacia la transgresión. Adán siempre se ha sentido fascinado por su tenebroso hermano mayor, y así como Caín hacia Abel, el Adán-ángel, no el hombre, quizás llevado por su admiración-envidia hacia ese prestigioso príncipe del mal, hubiera querido inclusive matarlo si hubiera podido. Lucifer no puede ser asesinado, Lucifer no va a morir nunca: sólo Adán, al volverse hombre, tuvo que someterse a la muerte, y tiene que agradecer por esto a su padre eterno que está en los cielos. Pero Adán es poderoso: su padre no lo sabe pero él es poderoso, y hará precipitar al mundo, y el mundo al caer formará en el infierno un cráter inmenso en el que se hundirán el reino de Dios y el de Satanás, el del hombre y el de los gnomos y de las divinidades paganas. Dios temblará de miedo, y la ira de Adán se descargará sobre él. "¡Calma, calma!", nos advierte Erasmo, "las cosas no son exactamente así, nadie puede tocar la majestad de Dios. Adán se delira. No lo escuchemos, él se ha vuelto engreído."

Primero que todo, continúa Erasmo, no es del todo cierto que Adán originalmente fuera un ángel, y en caso de serlo, ciertamente no fue un genio: es decir que seguramente no fue un ángel perteneciente a la primera jerarquía sino uno de segundo o tercer orden. Adán no tenía la personalidad de Lucifer, ni la del Arcángel Gabriel y algunos otros consejeros de Dios, y siempre vivió a la sombra de los demás.

Y, ¿si Lucifer hubiera organizado una revuelta contra Dios? Adán, sin mayor convicción, hubiera adherido pasivamente. ¿Y si por castigo Lucifer hubiera sido elegido dios de la Tierra? Pues Adán, siempre sin estar convencido, sino simplemente por admiración hacia el mal que había en las acciones de su hermano, lo hubiera seguido hasta la Tierra pero en calidad de extra, nunca como actor. Adán pasaba largas horas sentado en el suelo mirando pastar a los desproporcionados dinosaurios que de un solo bocado devoraban un árbol entero, y se decía a sí mismo: "Qué forma de comer la de este dinosaurio: a este paso, ¡nos vamos a quedar sin árboles!".

Pero su consideración terminaba allí, pues a pesar de tener la intuición suficiente para entender las cosas, Adán era indolente, y nada ni nadie le importaba.  

Luego, cuando después de la destrucción causada por la oleada regresiva, la tierra se abrió y se tragó todo lo que Lucifer había creado, es decir animales enormes, árboles, casas y demás cosas, Adán asistió inconscientemente a toda esa destrucción sin entender lo que estaba sucediendo. Reemplazando a Dios, el consejo de ángeles condenó a Lucifer al exilio en el planeta Venus: Adán ya tenía listas sus maletas para ir también a Venus con su hermano pero el arcángel Gabriel no lo dejó, y así supo que iba a ser procesado. Aquel proceso terminó con la condena de Adán a quedarse en la Tierra, pero iba a tener que renunciar a su naturaleza angelical, pues no era digno de seguir siendo un ángel. Y es así que se volvió hombre, o mejor, primero mono y después hombre: sin embargo, ¡ese bendito Dios hubiera podido ser un poco más considerado hacia este hijo suyo! Pero no, lo hizo tal como son los animales. Adán no lo pensó dos veces, y se contentó con sobrevivir. Ahora tenía también a Eva que lo consolaba, pero a menudo se invertían los papeles y era él que tenía que consolarla a ella. ¿Cómo? Soportándola. Al fin y al cabo la vida transcurría de manera aceptable, y fueron los descendientes de Adán quienes, al sentir en ellos algunas reminiscencias espirituales, no aceptaron la porquería de vida que les ofrecían la jungla y las cuevas. A medida que iba envejeciendo Adán se fue volviendo insoportable, y para eliminar a ese lastre que era su padre, sus hijos le hicieron de todo hasta hacerlo morir acongojado. Empezó Caín matando a Abel, luego siguieron sus nietos peleándose entre sí, hubo alguien que inclusive le faltó al respeto llamándolo "viejo gagá ", pero la espina que le causó más dolor en el corazón se la clavó Eva. Su compañera se prostituía descaradamente con todos los machos que encontraba sin importar que fueran monos u hombres, así que frente a su cueva había largas colas de machos esperando a que Eva se acoplara con ellos. Gorilas, gibones, mandriles, todos esperaban pacientemente su turno sosteniendo canastas de fruta, cascos de bananos, e inclusive algunos ramos de flores para ofrecer a su generosa amante.

Una de las hijas de Adán se fugó de la cueva y se fue a vivir con un gorila del que se había enamorado. En fin, la del progenitor de la raza humana no era propiamente una familia modelo. Cada día alguna de las mujeres quedaba embarazada, y cada nueve meses aparecían hijos y nietos en un número tal que ya ni se podían contar. El sexo reinaba, señor y dueño de la casa de Adán, siendo él mismo el más castigado de todos, aunque tampoco es que fuera un santo.

De tanto sufrir por las preocupaciones que le causaba su familia un día, o más exactamente un atardecer, Adán decidió morir, pues deseaba volver a ver a su querido Abel, asesinado a traición por el pérfido Caín. Algunos meses después murió también Eva, consumida por una vida pecaminosa y desordenada.

La muerte de Adán fue motivo de gran alegría para toda la familia. Caín y Set, que desde hacía tiempos se llevaban muy mal, ahora se trenzaron en una buena amistad y de inmediato pensaron en organizar una sociedad de hombres y monos, pues finalmente no se diferenciaban mucho entre sí; los dos hermanos se adueñaron del poder para organizar y aprovecharse de sus subalternos, y vivir gracias al trabajo de otros. Para evitar cometer otro delito matando a Set, Caín le propuso formar dos tribus para que cada uno de ellos tuviera su propia sociedad a la que pudiera explotar.

Todo funcionó muy bien, todos quedaron felices y contentos, y las sociedades de los hombres fueron desarrollándose en cuanto a técnica y civilización. De vez en cuando las dos sociedades entraban en guerra pero luego se reconciliaban, pues entre hermanos ciertas cosas no se hacen.

Y así pasaron los siglos: una sociedad reemplazaba a la otra a medida que la civilización se afirmaba, o la tiranía la devolvía siglos atrás.

Caín y Set se murieron, fueron reemplazados por otros jefes, y todos vivían en gran armonía. Después de algunos milenios el mundo había sido ocupado por miles y miles de tribus, cada una con un jefe y súbditos que debían obedecerle.

Con el paso del tiempo todos los monos, que en un principio habían sido incluidos como parte de la sociedad, fueron perseguidos y enviados de vuelta a la jungla, y de esta manera quedaron sólo los hombres para mandar y obedecer.

Ahora Erasmo pasa a hablar de una sociedad bastante evolucionada, el crisol humano, así que, ¡escuchémoslo!

Continuará.